Rebeca López Carrero

“La cultura al alcance de todo el mundo” es una especie de utopía que viene desarrollándose desde el siglo pasado. Una ensoñación, una quimera. Quizá. Aquellos que hayan tratado de acceder a la enseñanza de grado superior o cualquier conocimiento accesorio habrán descubierto que la limitación real no se encuentra en su capacidad intelectual, sino en la capacidad de su billetera. ¿Universidad gratuita?¿Becas de estudio? Puede que funcionen en algunos casos, pero no lo hicieron en el mío. Excluida de los canales habituales de aprendizaje por no ser superdotada ni pobre de solemnidad, sobreentendiéndose que yo no era digna de ayuda por no estar en ese fastuoso grupo de casos desesperados y por ende necesitados de apoyo, y con una sed de conocimientos fuera de lo común…

¿Qué me quedaba? En cualquier academia, taller, instituto a distancia o simple cursillo de andar por casa le exigen a uno la minuta correspondiente. Lo sé de buena tinta. Intentar aprender por cuenta propia también pasa por adquirir fascículos, deuvedés o mercaderías de corte similar. Dinero. Luego, me preguntaba yo, ¿dónde había quedado eso tan hermoso de la cultura al alcance de cualquiera? Algo se me está escapando. Hasta que llegó la crisis. Y con la crisis, como si viajaran desde el mismo país encantado, arrivó a mi puerto ese otro ente fantástico: la cultura gratis. ¿Cómo lo hizo? Como lo haría un amigo que viniera a visitarte. Uno de esos amigos de toda la vida, sincero y algo trotamundos. La cultura llegó a mi casa en autobús

Bibliobús

El Bibliobús viene a mi pueblo los viernes. Supongo que a quien tenga cerca una biblioteca bien surtida no le parecerá nada del otro mundo, pero para mí es maravilloso. Poder leer lo que quiera. Tener acceso (gratuito de verdad) a la música, el cine, a esos carísimos diccionarios y libros de arte. ¡Sin moverme de mi pueblo! Y sentirme realmente bien atendida. Contar con una persona que me ayuda a encontrar lo que estoy buscando en cada momento, que me aconseja, que me anuncia las novedades… (Gracias Isabel, gracias Jaime)

Resulta reconfortante.

Obviamente, los bibliobuses existen desde hace mucho tiempo; no son un invento de tiempos de crisis, pero yo sí empecé a beneficiarme de sus servicios cuando ya no me era posible adquirir cultura por mis propios medios. Además, los libros prestados tienen alguna que otra ventaja adicional…

En ocasiones, los libros que tomo en préstamo de la biblioteca móvil esconden entre sus páginas pequeños tesoros; vestigios de un momento efímero de alguna vida ajena con la que, por desconocida, puedo conjeturar. Unas veces se trata de simples pedazos de papel desgajados, arrancado de alguna libreta o cuaderno, empleados como marcapáginas, y entonces no inspiran gran cosa a mi imaginación. Pero se da el caso de encontrar verdaderos pozos de fantasía, como por ejemplo, cuando aparece un billete de autobús o de tren al volver la hoja, que me informan sobre el recorrido exacto que alguien ha realizado en un momento concreto de su existencia, portando consigo el mismo libro que sostengo entre mis manos. Hilar una historia de ficción a partir de unos cuantos datos reales me resulta fascinante, por lo que puedo asegurar que el bibliobús no sólo alimenta mi hambre de conocimientos, sino que además, se ha convertido desde hace tiempo en una práctica musa a la que recurro en numerosas ocasiones.

En definitiva, concluyo éste, mi primer artículo, con la certeza de que las bibliotecas móviles es uno de los más útiles inventos del siglo pasado.

Gracias a quien corresponda

Rebeca López Carrero

Tema del mes de octubre de 2009: Bibliotecas móviles