Hay nombres que todos deberíamos conocer; que merecen, por derecho propio, un lugar en la memoria de las gentes. De todas las gentes. Que merecerían el privilegio, o el honor, de ser nombrados por generaciones futuras con todas las letras. Igual que decimos Federico García Lorca, o Rosa Chacel, por poner un ejemplo, así también deberíamos decir con la misma familiaridad otro nombre: Antonia Gutiérrez Bueno. Porque gracias a ella las mujeres pudimos pisar como usuarias, por primera vez, la Biblioteca Nacional de España, allá por 1837.

Cuando dicho organismo llevaba más de un siglo de existencia, a las mujeres solo les estaba permitido entrar los días extraordinarios y de visita, no fueran a molestar a los hombres que andaban por allí para la lectura o la investigación. Pero hete aquí que Antonia Gutiérrez Bueno quería entrar. Necesitaba entrar y documentarse para completar un Diccionario histórico y biográfico de mugeres célebres (sic) del que ya había publicado un volumen, bien es verdad que no con su nombre, sino con el de Eugenio Ortazán y Brunet. No voy a entrar aquí a recordar por qué tantas mujeres que escribían tenían que servirse de un seudónimo masculino para publicar, ni cuántas habrá que hicieron como María Lejárraga, por ejemplo (ella escribía y su marido se llevaba los honores), y de las que ni siquiera nos habremos enterado, sino en qué particularidades tenía Antonia Gutiérrez para lograr lo que logró.

Diccionario histórico y biográfico de mugeres célebres de Antonia Gutiérrez Bueno en la Biblioteca Nacional

De ella sabemos que era la tercera de tres hermanas; que era hija de Mariana Aoiz (o Ahoiz) y de Pedro Gutiérrez Bueno, hombre de ciencia y Boticario Mayor del Rey. Que desde niña tuvo acceso libre a la gran biblioteca que había en su casa e incluso que su padre frecuentó a Moratín, quien al parecer la llamaba de niña Marie Toinette Bonus. No sabemos qué aspecto tenía y cómo empezó a escribir su Diccionario…. Es posible que el hecho de haber vivido con su marido en Francia le hiciera ver las cosas un poco distintas de cómo se veían entonces en España, pero no hay que olvidar que París, pese a ser quizá la capital cultural de entonces, tenía también un arduo trabajo pendiente en lo relativo a los derechos de las mujeres (recuérdese, sin ir más lejos, lo que hubo de luchar Marie Curie para entrar en La Academia de las Ciencias setenta años después). Pero estábamos en que Antonia necesitaba entrar como usuaria en la Biblioteca Nacional y se encontró con un capítulo de las Constituciones de dicho organismo, de 1761, que decía que estaba prohibido el acceso a “muger alguna en horas de estudio, pues para ver la Biblioteca podrán hir” (sic) en los feriados con permiso del Bibliotecario Mayor. Había cumplido 56 años, estaba viuda y había vuelto definitivamente a España. En su haber tenía, además de la publicación del mencionado volumen de su Diccionario, un estudio sobre el cólera.

No tenemos noticia de cuántos noes recibió antes de dirigirse a altas instancias y conseguir que la reina regente intercediera, pero afortunadamente se conserva esta última correspondencia en los archivos. Para empezar, la carta que la propia Antonia dirigió al Ministerio de la Gobernación, con fecha 12 de enero de 1837: “Estando publicando una obra con el título “Diccionario…” (…) y siéndole difícil y aún imposible, a causa de sus circunstancias procurarse los libros que necesita para continuar su obra, la que va recibiendo bastante aceptación del público, a V.E. suplica se sirva dar a la exponente un permiso para concurrir a la Biblioteca Nacional, donde podrá hallar todos los libros que necesita para continuar su trabajo”.

El director de la institución, preguntado por el ministerio sobre el asunto, recordó en primer lugar el prohibido acceso femenino a la sala de lectura. Después ofrecía a la solicitante, condescendiente, una pequeña sala en la planta baja. Pero al instante añadía que era minúscula y que si se corría la voz y otras mujeres, más de cinco o seis, pretendiesen “aprovecharse de este beneficio”, eso implicaría un gasto nada desdeñable. Entonces fue la Reina Regente, María Cristina, quien tomó parte en el conflicto con un mensaje claro: “Permita V.S. la entrada en la sala baja que indica no sólo a Mª Antonia Gutiérrez, sino a todas las demás mujeres que gusten concurrir a la Biblioteca”. Para dejarlo aún más claro añadía: “En caso de que afortunadamente el número de estas exceda de cinco o seis, lo haga usted presente, manifestando el aumento de gasto que sea indispensable”.

Y así fue como Antonia Gutiérrez Bueno consiguió no sólo entrar como usuaria a la Biblioteca Nacional, sino que dicha puerta se abriera para siempre a las féminas un año después, en 1838. Aún faltaba mucho para ver trabajando a la primera española bibliotecaria (Angelita García Rives, en 1913 ), o a María Moliner, pero hay algo inmenso en su proeza y nunca sabremos si ella fue consciente de ello o le pareció algo natural. En todo caso, podemos imaginar su regocijo en ese salón que primero ocupó en solitario, aunque tampoco conocemos quién fue la siguiente mujer que allí llegó, ni cuánto tardó el habitáculo en hacerse pequeño y hacer urgente la necesidad de un espacio mayor (y de un gasto, mal que le pesase al entonces director de la Biblioteca Nacional, Joaquín María Patiño). Nadie se lo preguntó, o por lo menos no consta en ningún lugar. Porque en la época eso no llamó la atención, o no se consideró digno de figurar en fuente alguna.

Antonia no completó nunca el Diccionario, y tampoco está clara la razón, pese a que murió mucho más tarde, a los noventa y tres años. Hay quien piensa que quizá la elaboración de esa obra fuera solo un pretexto para reclamar el acceso a la Biblioteca. Puede ser, pero quizá el cansancio, o la desazón, acabaran minando su voluntad, no en vano la investigación sobre mujeres del pasado debía de ser entonces harto difícil y laboriosa. En todo caso, es difícil que alguna vez imaginara que, dos siglos después, periodistas y estudiosos la alabarían y que, cualquiera que quiera investigar hoy sobre mujeres pioneras en España, sabe de Antonia Gutiérrez Bueno y de su gesta.