María de la O Lejárraga es nacida en San Millán de la Cogolla (La Rioja) en 1874, pero criada en el pueblo madrileño de Carabanchel.
Por la época, Carabanchel era también zona de vacaciones; allí la familia de Gregorio Martínez Sierra veranea y es donde los jóvenes se conocen. Ambas familias son de clase media, pero de costumbres distintas. En la de ella todos eran ávidos lectores y los libros de ciencia –su padre era médico- y literatura –su madre había recibido una finísima educación francesa- abundaban, mientras que en la de él se respiraba un infatigable espíritu empresarial transmitido por generaciones.
Se casan el 30 de noviembre de 1900, con apariencia de casamiento precipitado y juvenil. “A los veinte años, inesperadamente, se casa Gregorio Martínez Sierra… La chica se llama María de la O Lejárraga, y es profesora de idiomas en una academia de señoritas, donde enseña francés, inglés y ruso” (Goldsborough Serrat, 1965).
María cuida y mima a Gregorio como una madre, pues es casi siete años mayor; también le alienta y apoya, ve con sus ojos, piensa con su mente. Pero poco duró la felicidad del matrimonio tras la aparición en 1906, de la joven actriz Catalina Bárcena. Desde entonces, muchas humillaciones tuvo que sufrir María: “…al recorrer las horas pasadas siento rabia contra mí misma por las muchísimas que he desperdiciado en sufrir por amor…” escribía ya anciana a su amiga María Lacampre, en una carta fechada en marzo de 1948.
Aun pudiendo haberse divorciado en 1931, cuando las Cortes Republicanas legislaron el divorcio por primera vez en España, nunca se separó de él, ni emocional, ni literaria, ni económicamente, pero sí tomó la decisión de abandonarle en 1922 cuando nació su única hija, Katia, fruto del adulterio con Catalina. Fue un abandono físico, pues la complicidad creativa siempre se mantuvo firme por conducto epistolar. Puede decirse que el amor al arte dramático les mantuvo siempre unidos, aunque, “En María las otras razones son pretextos, la verdadera motivación de su total entrega y renunciamiento a favor de Gregorio era el amor”(Rodrigo, 1992)
Como fuere, testimonio de la propia María queda en la obra que escribió en 1953, Gregorio y yo. Medio siglo de complicidad, donde se encuentran afirmaciones como: “mi marido”, “mi compañero”, “no creo que exista en el mundo plenitud de exaltada paz que pueda compararse a la de trabajar en común con alguien que nos entiende y a quien creemos comprender” o, “ha sido uno de los seres con más perfecto dominio de sí mismo”. Sin hablar de lo íntimo y personal no duda en afirmar que no recuerda una sola palabra áspera de él. Sin embargo, fue la propia María, quien destapa la caja de los truenos una vez desaparecido el dramaturgo.
Por tanto, siendo los Martínez Sierra un claro ejemplo de simbiosis creadora, no queda más remedio que aludir a María aun cuando se habla de Gregorio, y viceversa, como puede verse en los argumentos que siguen, partiendo una frase del propio Martínez Sierra: “sólo siendo enteramente justo se puede ser, por la única virtud de la justicia, absolutamente misericordioso”. Y es de justicia reconocer, que Gregorio Martínez Sierra no actuaba solo pues la mano de María estaba detrás, como afirmó el crítico teatral y artístico Díez-Canedo, uno de los primeros en reconocer lo que otros han negado.
Sabiendo que la autoría de las obras con firma Martínez Sierra es prolija en producción de todos los géneros, hay opiniones para todos los gustos respecto a esta controversia:
Sáinz de Robles cuando ahonda en definiciones dice de María que su espíritu resultaba más viril que el delicado y sensible de don Gregorio, y con rotundidad añade sobre la reivindicación de la autoría de las obras: “me parece enteramente desprovista de buen tono, y aun de buen gusto” (Saiz de Robles, 1971).
Julio Cejador y Frauca escribe: “Dejemos a doña María con su reserva y, según su deseo, llamemos Martínez Sierra al autor de las obras en que ella ha participado tanto o más que su marido” (Cejador y Frauca, 1919).
Pedro González Blanco, escritor, crítico y amigo afirmó: “Gregorio Martínez Sierra jamás escribió nada que circulase con su nombre. Ya fuese novela, ensayo, poesía o teatro. Eso es algo que Juan Ramón Jiménez, Ramón Pérez de Ayala y yo sabemos bien. Eso es algo que Usandizaga sabía muy bien; sabía que el libreto de Las golondrinas era de María. Turina sabía que el libreto de Margot era de María. Falla sabía que las directrices para los ballet de El sombrero de tres picos y El amor brujo eran de María… Pero quienes mejor lo sabían eran los actores, que siempre estaban nerviosos cuando salían de Madrid y en especial cuando viajaban por América: ¡El tercer acto que tiene que enviar doña María no ha llegado todavía y tendremos que suspender los ensayos! –decían” (W. O’Conor, 1987).
El argumento de Martínez Olmedilla es que “Andando el tiempo se supo que, efectivamente, detrás de Martínez Sierra había otro escritor: su esposa María de la O Lejárraga que, por un complejo de modestia, abnegación y cariño prefería quedar en el anonimato”(Martínez Olmedilla, 1961).
Y por finalizar con las pruebas que demuestran que la firma Martínez Sierra era cosa de dos, qué mejor que una carta de la propia autora a su hermano Alejando fechada en 1948 donde escribía: “De que soy colaboradora de todas las obras no cabe la menor duda, primero porque es así y, después porque lo acredita el documento voluntariamente firmado por Gregorio en presencia de testigos que aún viven y que dice expresamente: “Declaro para todos los efectos legales que todas mis obras están escritas en colaboración con mi mujer, Doña María de la O Lejárraga y García. Y para que conste firmo ésta en Madrid a catorce de abril de mil novecientos treinta”. Además, aunque, después de esto, todo es superfluo, tengo numerosas cartas y telegramas que prueban no sólo mi colaboración sino que varias obras están escritas sólo por mí y que mi marido no tuvo otra participación en ellas que el deseo de que se escribiesen y el irme acusando recibo de ellas, acto por acto, según se los iba enviando a América o a España cuando yo viajaba por el extranjero. Las obras son de Gregorio y mías, todas, hasta las que he escrito yo sola, porque así es mi voluntad”.
Para concluir, sirva este pequeño homenaje, en el día del teatro, a la mujer y escritora que se mantuvo en la sombra pero que ahora tiene luz propia y da nombre a una de las más modernas bibliotecas de Madrid, donde se hallan sus propias obras.
En junio de 2017 se abrió en el barrio de Sanchinarro (Hortaleza) de Madrid, la Biblioteca María Lejárraga en su honor siguiendo con el compromiso de la Dirección General de Bibliotecas y el Ayuntamiento, de asignar nombres de figuras contemporáneas que hayan tenido especial trascendencia en el mundo de las letras.
BIBLIOGRAFÍA
Cejador y Frauca, Julio. Historia de la lengua y literatura castellanas. Madrid : Tipografía de la Revista de Archivos, 1919.
García Mart, Victoriano. El Ateneo de Madrid (1835-1935), Madrid : Dossat, 1948.
Goldsborough Serrat, Andrés. Imagen humana y Literaria de Gregorio Martínez Sierra, Madrid : Gráf. Cóndor, 1965.
Martínez Olmedilla, A. Arriba el telón. Madrid: Aguilar, 1961.
Martínez Sierra, María. Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración. Valencia : Editorial Pre-Textos, 2000.
Patricia W. O’Conor: Gregorio y María Martínez Sierra: crónica de una colaboración, Madrid, La Avispa, 1987.
Rodrigo Antonina. María Lejárrega: una mujer en la sombra. Barcelona : Círculo de Lectores, 1992.
Ruiz Ramón, Francisco. Historia del teatro español. Madrid : Alianza Editorial vol, 2, 1971.
Sáinz de Robles, Federico Carlos. Raros y olvidados. Madrid : Editorial Prensa Española, 1971.
W. O’Conor, Patricia. Gregorio y María Martínez Sierra: crónica de una colaboración.Madrid : La Avispa, 1987.